El Imaginario Astrológico en los Siglos del Románico

Planisferio celeste. Burgo de Osma. Siglo XII.

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El hombrey las Estrellas

Alejandro García Avilés

Universidad de Murcia

El único mapa celeste románico que se conserva hoy en día en territorio español constituye, en la práctica, la única decoración pintada del manuscrito del Burgo de Osma que lo ontiene (fig.1). Este códice XII fue descrito por Timoteo Rojo como “misceláneo”, pues junto al breve texto astronómico que acompaña al planisferio se sucedían una serie de textos de carácter diverso, que le hicieron pensar en una compilación azarosa, carente de un sentido unívoco. Mientras que este mapa del cielo se erigía así en el auténtico protagonista del manuscrito, por el contrario el fatídico destino de una hoja suelta del siglo XI donde se representa otro dibujo de este tipo fue terminar convertida en material de desecho, que se ha conservado sólo porque con ella se encuadernó un códice conservado hoy en la Biblioteca Municipal de Orleans (fig.2). La distinta fortuna de ambos mapas del cielo pone de relieve la importancia de considerar las posibles funciones de estas ilustraciones en el contexto monástico, porque sólo así lograremos entender cómo se explica que un tipo de ilustración tan apreciada en un momento  determinado como para constituir el foco de atención de un manuscrito –no sería raro que la página de la ilustración fuese la elegida para dejarlo abierto en un atril- terminará siendo despreciada hasta el punto de librarse de la papelera sólo por la carestía de su material.

La hoja del manuscrito de Orleans quedó inacabada, -en mi opinión debió de ser copiada en el entorno del monasterio de Fleury en el siglo XI-, y fue encuadernada mucho más tarde como guarda de un conjunto de textos cuya relación con la astronomía es nula. En las bibliotecas monásticas era práctica habitual usar folios estropeados o inútiles como material de encuadernación que protegiera otros textos considerados más valiosos, un modus operandi que conocemos en la biblioteca de Fleury por diversos ejemplos que estudió Elizabeth Pellegrin. Este diagrama del cielo, resultante del intento de proyectar sobre una superficie bidimensional las constelaciones delineadas sobre el globo celeste, no fue el único de esta época que quedó inconcluso, sin duda por la dificuldad inherente de la precisión necesaria para ubicar las constelaciones en el plano de forma rigurosa. Ello explica el gran número de círculos dibujado en el manuscrito de Burgo de Osma, que en su mayor parte no tienen un carácter astronómico, al contrario que el círculo donde se sitúan las ‘constelaciones zodiacales’, sino que constituyen una mera trama donde situar la posición precisa de cada figura que sería indispensable para un possible uso del diagrama. En el caso del manuscrito de Orleans bien pudo ser esta dificultad de delinear las figuras atendiendo a una posición muy precisa la que hiciera al dibujante descartar finalmente su diseño, pero es plausible que fuera el abandono de su función originaria lo que llevara finalmente a considerarlo material de desecho. Tal dificultad en delinear con precisión  los perfiles de las constelaciones y eventualmente señalar en ellos las estrellas que los conforman, se hace aún más patente en un planisferio celeste apenas esbozado copiado en Baviera en el siglo XI durante el mandato del abad Ellinger de Tegernsee (975/-¿1056) y conservado ahora en Austin (Texas), (fig.3), donde sólo los círculos de la trama astronómica y la figura de Draco que se situá en el centro fueron dibujados. Al contrario que las dos ilustraciones que hemos visto ya, este mapa del cielo no iba a ocupar una página completa, sino que pretendía ser una mera inicial del manuscrito, lo que sin duda incrementaba sustancialmente las complicaciones derivadas de la precisión exigida y al tiempo disminuía las posibilidades de que pudiese tener ninguna utilidad práctica, puesto que el pequeño formato de las constelaciones haría casi incomprensible la percepción de sus posiciones relativas.

Pero ¿tuvieron alguna utilidad estos dibujos del cosmos astronómico o fueron un mero ornamento? Esta cuestión dista de estar completamente resuelta, pero de lo que no cabe duda es de que estas ilustraciones gozaron de un cierto predicamento en los monasterios románicos, lo que no deja de sorprender teniendo en cuenta que las imágenes de las constelaciones son figuras de origen mitológico, cuya relación con el contexto monástico, embebido en el estudio de los libros sagrados, no parece muy ortodoxa a primera vista. En las seguintes páginas analizaré la relación de la astronomía con el contexto monástico a través de la cultura visual románica, para tratar de mostrar cómo el estudio de la astronomía tuvo un sentido religioso en los monasterios, lo que explica la proliferación de ilustraciones astronómicas en los siglos del románico.

Hacia mitad del siglo IX, Fulda se había convertido en un polo de atracción para los intelectuales carolingios, donde estudiantes y estudiosos de diversos rincones del mundo acudían a estudiar las Sagradas Escrituras bajo la guía del maestro Rabano Mauro. No obstante, a pesar de su interés primordial por la Teologia, los manuscritos que contienen los apuntes y textos reunidos por algunos estudiantes evidencian que el interés era más amplio: casi podríamos calificarlo de enciclopédico. Las transcripciones e anotaciones de uno de estos discípulos, Lupo de Ferrières, revela un intenso interés por los clásicos de la literatura latina, mientras que una importante sección de los apuntes de otro, Walafrido Estrabón, incluyen pasajes relativos a la Historia natural y textos sobre métodos computísticos, cuyo fin es calcular la fecha de Pascua de cada año. Entre los textos recopilados por Walafrido Estrabón no podía faltar una copia del tratado sobre esta cuestión elaborado por el maestro Rabano Mauro, titulado De computo.

El modelo de la educación monástica estructurado durante el período carolingio enfatizaba el estudio de las Escrituras y los comentarios patrísticos, de modo que en principio cualquier materia que se añadiera a este modelo nuclear de la docencia tendría que ser de utilidad para la exégesis bíblica o bien para la vida litúrgica del monasterio. En su  Admonitio generalis del  año 789, Carlomagno había establecido de manera concisa lo que hoy llamaríamos el currículum docente de los monasterios, aunque el propio enunciado muestra que no se trataba de un syllabus estructurado y preciso: las materias enunciadas en dicha normativa eran “la escritura, la gramática, el cómputo y los libros católicos cuidadosamente copiados y editados”.

De todas estas disciplinas, la que más llama la atención a primera vista es el cómputo, puesto que su entidad no parece corresponderse con la categoría que hoy podemos atribuir a las otras, que en suma consisten en saber leer y escribir y conocer la Biblia en profundidad. Al cómputo dedicó Rabano Mauro en tratado su tratado ya mencionado, junto a una introducción que proporcionaba los conocimientos sobre aspectos de la naturaleza básicos para poder aplicar el saber acumulado sobre el cálculo de la fecha de Pascua. En este sentido el maestro carolingio proseguía los pasos de uno de sus más ilustres predecesores en el ámbito de la educación eclesiástica, el Venerable Beda, que unas décadas antes había compuesto su De temporum ratione precedido de un De natura rerum, entre otras obras sobre el tema, que serían obras de referencia en los monasterios alto-medievales. El conocimiento del cálculo de la fecha de Pascua era esencial en la vida monástica, debido a que a partir de ella se organizaba el calendario litúrgico anual. Aunque desde la Antigüedad Tardía los cálculos necesarios para determinar la fecha del Domingo de Resurrección se podían hacer mediante el uso de tablas matemáticas, Beda había criticado explícitamente a los monjes que usaban tales tablas sin entender los principios que subyacían a su elaboración. Puesto que la fecha de Pascua se fijó en el primer Concilio de Nicea (325 d.C.) que sería cada año en el primer domingo de luna llena después del equinoccio de Primavera, los cálculos para determinarla se basaban en el movimiento aparente del Sol y el de la Luna en relación con la Tierra, y por tanto exigían unos conocimientos básicos de astronomía, pero en principio ninguno relacionado con las constelaciones que ilustran los planisferios que hemos visto. Los monjes tenían que adquirir estos conocimientos a lo largo de su proceso educativo. En su tratado sobre la formación de los clérigos (De clericorum instituciones), dice Rabano Mauro:

El clérigo de Dios debe ser hábil en aprender esta parte de la astronomía que sigue a la indagación de la naturaleza y que prudentemente investiga el curso del sol, la luna y las estrellas y establece los ciclos temporales, de modo que a través de ciertas reglas fijas pueda no sólo inspeccionar el curso de los años pasados, sino también razonar sobre el conocimiento de fechas futuras, pudiendo así establecer por sí mismo la fecha del comienzo de la fiesta de Pascua y el calendario que ha de ser observado para todas las solemnidades y festividades con el fin de proclamar a la gente de Dios su correcta celebración.

Qusayr ‘Amra

El cálculo de la fecha de Pascua había sido objetivo de intensa controversia en la Antigüedad Tardía. San Augustín atestigua que en el año 357 la Pascua se celebró en Roma el 18 de Abril y en Alejandría el 25 de abril, mientras que las iglesias de la Galia ubicaron la festividad el 21 de marzo. Tal disparidad de criterios se veía con preocupación en los sínodos episcopales aún en el siglo VII. En las actas del IV Concilio de Toledo (año 633) se indica lo siguiente:

En España suele haber diversidad de opiniones acerca de la celebración de la Pascua, debido a que, a  veces, las distintas anotaciones de los registros de la fiesta pascual dan lugar a errores. Por lo tanto, tenemos a bien que tres meses antes de la Epifanía, los obispos metropolitanos se consulten entre sí por carta para que, enriquecidos por el acervo común, comuniquen a los obispos de su provincia el día de la Resurrección del Señor y anuncien la celebración de dicha festividad para un único día.

Unas décadas antes, a finales del siglo VI, el papa Gregorio VI escribe a los obispos de Cerdeña conminándolos a seguir enviando anualmente mensajeros a Roma para ser informados de la fecha de Pascua. El papa insiste en su carta sobre el escrupuloso respeto con el que se debe observar esta antigua costumbre, “incluso si los obispos saben previamente cuál es la fecha de Pascua señalada para ese año”.

Apenas un par de siglos después, en los días del maestro de Fulda, los sínodos episcopales habían insistido en la necesidad de que los monjes dispusieran de los rudimentos básicos del cómputo y diversos tratados sobre las constelaciones se copiaban como parte de un saber elemental sobre la astronomía, de carácter descriptivo, de modo que las ilustraciones formaban parte de la instrucción. Muchas de estas imágenes formaban parte de un corpus de textos conocido como Aratea, que comprendía las copias y los comentarios a una obra escrita por Arato en el siglo III a.C., los Fenómenos. Puesto que se trataba de una obra basada en las historias mitológicas de las constelaciones, tan ajenas al nuevo contexto cristiano, ya antes del periodo carolingio Gregorio de Tours, en su De Curso Stellarum, había intentado en vano desterrar la nomenclatura mitológica de las constelaciones. Sus sobrios diseños no figurativos de las constelaciones, aplicando algunos nombres cuyas trazas se pueden rastrear aún hoy día en la nomenclatura estelar, como la constelación de la Cruz del Sur, poseían un atractivo demasiado pobre como para competir con las subyugantes imágenes mnemónicas de las constelaciones grecorromanas. En muchos manuscritos de las Aratea, la Luna y el Sol, que constituían el objeto del cálculo astronómico monástico, habían sido reducidos, sin embargo, a meros bustos, que se trasladaron a otros soportes, como se ve en los relieves visigóticos de Quintanilla de las Viñas; aunque en otras ocasiones conservaban los carros que aludían a su recorrido periódico por el cielo. En contraste, los textos de Arato y sus comentadores se hallaban embellecidos con dos tipos de ilustraciones de las constelaciones: una serie de viñetas que las mostraban una a una, normalmente señalando en sus perfiles las estrellas que las conforman, y una ilustración sinóptica, el planisferio celeste, que mostraba las posiciones relativas de las figuras de las constelaciones en el firmamento.

La herramienta básica de la enseñanza en la época era el globo celeste, un modelo tridimensional reducido del universo, concebido de forma esférica. Sabemos que a finales del siglo X Gerberto de Aurillac tenía algún globo fabricado en madera con el que, antes de alcanzar el solio pontificio, enseñaba astronomía a sus monjes; un globo celeste en el que las constelaciones estaban delineadas rudimentariamente con alambres curvados que unían las estrellas para formar cada constelación. Al margen de uso práctico en la enseñanza de la astronomía, del que no tenemos muchos testimonios en la Alta Edad Media, el globo retuvo su carácter emblemático, como símbolo del conocimiento de la astronomía. En algunos manuscritos de una versión medieval de los Fenómenos de Arato conocida por los especialistas como “Arato latino revisado”, estos globos aparecen sobre una peana de siete patas; pero además, puesto que al trasladar el globo a un plano bidimensional no se podía recorrer visualmente alrededor, y sólo se podía contemplar una parte de la esfera celeste, se solía acompañar de la representación de dos hemisferios celestes, norte y sur respectivamente, con el objeto de mostrar la totalidad de las figuras de las constelaciones. Otro recurso que se debió de usar ya en la época clásica para la enseñanza de la astronomía fue el planisferio celeste, el desarrollo del globo celeste sobre un plano único en forma de círculo, esto es, una proyección bidimensional mucho más barata que el globo, aunque a veces pudiese llevar a errores de comprensión. Los primeros planisferios celestes que conservamos proceden del renacimiento carolingio, y se consideran copias del modelos clásicos, de los que sólo nos ha llegado un fragmento de bronce conservado en Salzburgo que debió formar parte de un reloj anafórico del siglo II d.C. El primero que conozco abre una recopilación de comienzos del siglo IX de extractos del Arato Latino conservado en Basilea. El que pasa por ser uno de los más fieles a los modelos clásicos es un manuscrito bizantino del siglo XV, cuyo mapa del cielo tiene muchas similitudes con el citado de Basilea, aunque el bizantino ilustra una copia de los Catasterismos de Eratóstenes, que explicaba las historias mitológicas que había detrás de las escuetas descripciones del poema astronómico de Arato.

Figura 5. Planisferio celeste.

Aunque se ha repetido desde el siglo XIX que los planisferios celestes derivan de un único prototipo tardoantiguo, lo cierto es que atendiendo a la posición de las figuras se pueden distinguir dos tipos diferentes en la Alta Edad Media. Por ejemplo, en el manuscrito de Basilea, igual que en el manuscrito bizantino citado, las constelaciones aparecen delineadas como si se vieran desde el exterior del globo celeste. Sin embargo, ya en algunos manuscritos carolingios la posición de las figuras astronómicas está invertida, como si el observador estuviera dentro del globo celeste: esto es, se trata de la posición natural del observador que contempla las constelaciones desde la corteza terrestre, como se puede ver en un mapa celeste conservado en Múnich (fig.5). Podemos denominar estos dos tipos, respectivamente, “tipo globo” y “tipo mapa”. Esta distinción la pone en duda el reciente descubrimiento de un globo celeste romano, el globo Kugel, en el que paradójicamente buena parte de las constelaciones aparecen como vistas desde la tierra. Al margen de la posición de las estrellas, algunas características sugieren la posibilidad de que en realidad existieran los dos modelos desde la Antigüedad, porque a pesar del interés carolingio por el pasado clásico, es difícil pensar que fuese un ilustrador de esta época el que ubicara la personificación del Nilo para representar a la constelación de Eridano, como suele suceder en los mapas tipo globo, mientras que en los tipo mapa se representa como un simple y sinuoso curso fluvial. Ello hace pensar quizá en una tradición mitológica asociada a la ilustración de los Catasterismos de Eratóstenes, frente a una más sobria  tradición astronómica relacionada con los Fenómenos de Arato.

El manuscrito de Burgo de Osma comparte con el de Orleans su pertenencia al grupo de los planisferios del tipo mapa, junto a un par de manuscritos más conservados respectivamente en Berlín y Aberystwith, además del citado de Basilea, el bizantino del Vaticano y la decoración de la bóveda de palacio islámico de Qusayr ‘Amra (fig.6), basada plausiblemente en un planisferio griego antiguo, como demostró Saxl. Sin embargo, el manuscrito de Orleans y el de Burgo de Osma se diferencian en algún detalle, como por ejemplo que en Orleans se dibuja sólo media figura del navío Argos, como mandan los cánones astronómicos, mientras que en Osma el ilustrador se ha tomado la libertad de completar el casco de la nave. Por último, podemos identificar el tipo de una ilustración apenas esbozada como la del manuscrito de Austin por el círculo que representa la vía láctea, que apunta a un modelo del tipo mapa (ya que este círculo excéntrico se omite en los de tipo globo), lo que permite constatar que el dibujante de la abadía alemana de Tegernsee no sólo esbozó un tipo de manuscrito que había visto alguna vez y del que sólo le llamó la atención la serpiente central, sino que es plausible que tuviese ante sí un planisferio celeste completo. Se conservan, por otro lado, cinco MSS tipo globo  entre  los  SS.  IX  y XII, conservados em Berna (MS 88) (fig.4), Boulougne- sur-Mer (Bib. Municipale, 188), Londres (BL, Harley 647), Múnich (CLM 210) y Ciudad del Vaticano (Reg. Lat. 123), este último procedente de Ripoll.

Figura 7. Glogo de Kugel.

La disparidad de las posiciones de las constelaciones deriva probablemente del hecho de que Arato, en su poema astronómico, al tratar de divulgar los conocimientos astronómicos de su época entre un público menos instruido, describió las constelaciones vistas desde la corteza terrestre, con el fin de que al mirar al firmamento fuesen más fácilmente reconocibles, mientras que la tradición científica las describía como se muestran en un globo celeste. Pero aunque siempre se ha pensado que los globos celestes antiguos debían ser como el globo Farnesio, el único conocido hasta hace unos años, a la luz del reciente descubrimiento del globo de Kugel (fig.7), es plausible que existiera un tipo de globos hechos quizá para clientes nobles, pero con escasos conocimientos astronómicos, que permitieran seguir con más facilidad las descripciones de Arato, ubicando así las figuras, de forma incongruente, como si se vieran desde la corteza terrestre.

Lo cierto es que estos mapas del cielo no resolvían ningún problema derivado del cálculo de la fecha de Pascua, pero un conocimiento más o menos avezado de astronomía descriptiva se consideraba necesario para adentrarse en los vericuetos del cómputo eclesiástico. En el año 809 Carlomagno convocó a un grupo de sabios para resolver los problemas computísticos más controvertidos de la época, y los manuscritos que recopilan los materiales acordados en esa reunión (uno de los más conocidos se halla en la Biblioteca Nacional de España) contienen un catálogo de estrellas, con viñetas en las que se hallan ilustraciones de las constelaciones, pero ni rastro de ningún mapa celeste, de modo que en principio parece  que  la  posición relativa de las estrellas en el firmamento tampoco resultaba esencial. Incluso las propias viñetas de las constelaciones tampoco se copiaban siempre con rigor, y en el proceso de copia y recopia a veces resultaban incoherentes con lo descrito en los textos, hasta el punto de que un escriba del siglo XII de un manuscrito consevado en Oxford (Bodley 614) se queja de la poca exactitud de las figuras advierte que “estas imágenes no deben de ser dibujadas de modo indiscriminado, puesto que indican posiciones precisas de las estrellas, y, en consecuencia, deben ser copiadas cuidadosamente”. A menudo, sin embargo, estas ilustraciones se copiaban más como ostentación de un saber que por su utilidad en relación  con  el cómputo del tiempo litúrgico. Su atractivo estético podía hacer que se llegaran a copiar como un mero adorno, obviando incluso la ubicación de las estrellas en sus perfiles, sin las cuales su utilidad era nula. Pero entonces ¿se habían perdido completamente el carácter mnemónico con el que estas ilustraciones habían nacido en la Antigüedad, con el fin de agrupar las estrellas dispersar en el firmamento y así, asociándolas con figuras mitológicas, asegurar su memorización? Para responder a esta pregunta tendremos que seguir adentrándonos en el problema del tiempo litúrgico en los monasterios.

Pero más allá de referencias genéricas a la observación astronómica en el contexto monástico tendríamos que preguntarnos: ¿Estos mapas celestes de los que venimos hablando tuvieron alguna utilidad? ¿Para qué podría servir a los monjes conocer la posición de las estrellas en los perfiles de las constelaciones que se mostraba en las viñetas que ilustraban cada constelación individual y las posiciones relativas de las constelaciones que plasmaban en los planisferios celestes? Para tratar de responder a estas preguntas tenemos la fortuna de contar con un texto que se suele denominar ‘Reloj estelar monástico’ (Horologium stellare monasticum) conservado en Oxford (Bodley 38), donde se describe la posición en relación a lugares concretos del cenobio de determinadas estrellas que forman parte del perfil de ciertas constelaciones. En este texto del siglo XI de origen desconocido (probablemente francés) se detalla cómo desde un punto concreto del monasterio, que no se precisa, si se mira en una dirección concreta se puede deducir cuál es la festividad littúrgica en esa fecha. Por ejemplo:

In natale domini -25 de diciembre- cum Geminos quasi super dormitorium iacentes videri et signum Orions super capellam ómnium sanctorum (…) In circumcisioni Domini -1 de enero- dum claram stellam quae in genu Arctophilacis est contra spatium quod inter primam et secundam dormitorii fenestram…

En el caso de esta última festividad se pone de relieve la necesaria familiaridad del monje con las figuras mitológicas de las constelaciones: se dice que en la fiesta de san Clemente hay que mirar entre la tercera y la cuarta ventana del refectorio y allí se verá la espada que lleva la constelación de Orión, y en el otro brazo la vaina, junto a la capa que sostiene con su brazo.

En el citado manuscrito no se detalla el lugar desde el que deben hacerse las observaciones astronómicas, lo que parece apuntar a que se trataría de un lugar obvio, de sobra conocido por la comunidad monástica. Se ha apuntado la posibilidad de que un pilar románico de Souvigny (conservado sólo en parte: aproximadamente la mitad de lo que debió de ser su altura) tuviera por objeto marcar el lugar desde el que se realizaban las observaciones astronómicas en el monasterio (fig.8), pero salvo porque se trata de un pilar exento que podría marcar un sitio relevante del monasterio, su programa no contiene referencias explícitas a la astronomía, con excepción de las constelaciones del zodíaco, que en el románico poseían un carácter cosmológico. Junto a ellas, las representaciones del mensario, animales fantásticos y seres fabulosos hacen pensar más bien en un programa evangelizador como el de la Magdalena de Vézelay, en el que los apóstoles difunden el Cristianismo por todos los rincones del mundo después de Pentecostés. Tenemos, no obstante, la fortuna, de contar con una pieza románica sobre cuyo uso para marcar el lugar desde el que se realizaban observaciones astronómicas en el monasterio hay pocas dudas (fig.9). Sin duda este pilar procedente del monasterio de St. Emmeran, hay que vincularlo a la figura de Guillermo de Hirsau (c.1030-1091), que profesó en St. Emmeran antes de ser abad de Hirsau, ya que contiene un diagrama astronómico (spera) ideado por este monje, que se puede ver también en un manuscrito conservado en Múnich (Manuscrito CLM 14689). Este poco conocido monumento consiste en un pilar sobre cuyo capitel se sitúa la figura de un hombre escrutando el firmamento con ayuda de algún instrumento astronómico. La inscripción identifica al observador como Arato, el poeta griego que se había convertido en epónimo de la astronomía, y sobre los posibles instrumentos, lo más plausible es que fuese un astrolabio o un tubo de observación astronómica. En diversos manuscritos de los siglos XII y XIII aparecen estos instrumentos, como en la miniatura que abre el salterio de Blanca de Castilla o en una imagen de Euclides con un tubo y una esfera armilar junto al monje astrónomo del siglo XII  Hermann de Reichenau, conocido por su tratado sobre el uso del astrolabio. En varios manuscritos románicos aparecen monjes mirando a las estrellas a través de tubos de este tipo (fig.11), incluso apoyados en una peana, como en un manuscrito de la Biblioteca Marziana de Venecia (fig.12). En otras obras, el astrónomo observa el cosmos con la ayuda de un astrolabio, como en un manuscrito de  Oxford del siglo XII (Bodley 614, 35v; fig.10), o en una personificación de la astronomía que se halla en un esmalte conservado en el Victoria & Albert Museum, donde el personaje está observando el cielo con un astrolábio, igual que en la misma personificación de la Manécanterie de Lyon.

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Figura 13. Planisferio celeste esquematizado. Siglo IX.

En el arte románico encontramos representaciones diagramáticas del cosmo astronómico que casi siempre incluyen el círculo zodiacal de forma esquemática, de modo que no son útiles para indicar su posición en el firmamento. El zodíaco indicaba, al igual que el mensario, el paso del tiempo, y es por ello que aparece con cierta frecuencia en el arte románico, incluidas no pocas portadas. En algunos monumentos la presencia esquemática de las constelaciones del polo norte celeste ha inducido a pensar en la posible influencia de un planisferio celeste. Por ejemplo, en un mosaico desaparecido de Saint-Remy de Reims un erudito del siglo XVII anotaba la presencia del círculo zodiacal y en el centro del diagrama las constelaciones Osa Mayor y Osa Menor, estas últimas “del mismo que se ven en los globos celestes”, apunta el erudito. Estas versiones simplificadas de un mapa celeste tenían una inveterada tradición. En el centro de uma placa romana del siglo II ó III d.C. conocida como Planisferio Bianchini (hoy en el Museo del Louvre) se hallan las constelaciones de la serpiente y las dos osas (Draco inter arctos), rodeadas por varios círculos con decoración astronómica, entre ellos el círculo zodiacal. Comparado con esta, la representación de Saint-Remy debe de haber sido más sencilla. Aunque no fuera un esquema muy común, podemos recabar algunos testimonios. Un Mithraeum antiguo de Ponza nos confirma las raíces antiguas del esquema, y en un diagrama del siglo IX  procedente de Saint-Germain-de Prés encontramos una disposición idéntica a la escrita para Saint-Remy (fig.13), así que ele artista de Reims debió de disponer de un manuscrito de este tipo como modelo. Incluso, la existencia de otro manuscrito con una disposición similar, pero invertida, apunta a que debió de haber un modelo tipo globo y otro tipo mapa de estos planisferios celestes simplificados (fig.14).

Por último, los mapas del cielo constituyeron en algún caso una fuente de inspiración poética. Es bien sabido que la cúpula celeste poseía un inveterado simbolismo como manifestación del poder universal del soberano. En tal condición se representa en la citada bóveda de Qusayr ‘Amra, y aparece con frecuencia en la literatura y el arte. Recordemos sólo la Domus aurea de Néron o la mención a la tienda de Alejandro en el Libro de Aleixandre. Uno de los textos literarios más interesantes a este respecto denota el uso de un planisferio celeste, y su descripción es tan precisa que incluso se puede deducir el tipo de mapa usado por el autor.

A comienzos del siglo XII, Adela de Blois, hija de Guillermo el Conquistador, pidió al abad Baudri de Bourgueil que escribiera un poema didáctico, resumiendo las virtudes ejemplarizantes que debía poseer un caballero cristiano, con el fin de que las aprendiera y aspirara a conquistarlas su propio hijo. Para ello, Baudri realiza una  écfrasis, una descripción literaria de los aposentos y dependencias de su patrona, adornados con una ornamentación simbólica propia de la valía de tan alta dama. El suelo lo imagina ornado con un mapamundi, mientras que el techo representa la bóveda celeste, salpicada de planetas y constelaciones. En la propia habitación están las escrituras que personifican las siete artes liberales y la Medicina, flanqueada por Galeno e Hipócrates. De las paredes y en torno a la cama cuelga una serie de tapices que narran en términos visuales los orígenes de la Humanidad, desde la Creación al Diluvio; escenas del Antiguo Testamento; episodios de la mitología griega y la Historia de Roma y, por último, un tapiz que, como el célebre bordado de Bayeux, representa la conquista de Inglaterra por el padre de la condesa Adela, Guillermo el Conquistador.

El abad de Bourgueil toma así de sus conocimientos de la iconografía coetánea las fuentes de su descripción. En el caso del firmamento estrellado con las constelaciones, la precisión de las descripciones llévo a Maass a deducir hace más de un siglo que el texto que subyace a las mismas es el mismo que contiene el manuscrito de Austin, un extracto de los Fenómenos de Arato (Excerptum de astrología Arati). Sin embargo, el propio Maass sugirió una fuente visual que complementaría al texto, fuese esta un globo celeste o un planisferio, y su sugerencia ha sido reiterada recientemente por Barral o Carruthers. Dado que el texto citado a veces se acompaña de un planisferio celeste no sería raro que Baudri hubiese tenido a la vista una de estas ilustraciones. De hecho, algunos detalles del poema indican sin lugar a duda que el abad tenía en mente, si no a la vista, un planisferio celeste del tipo mapa, no sólo porque describe las figuras vistas desde tierra, sino porque observa la claridad con la que está delineada la Vía Láctea, ausente en los mapas del tipo globo. El modo en el quese disponen en las descricpción de Baudri apunta también a un planisferio que decoraría un Exceptum de astrologia  Arati, como en el mapa de Austin o el de Múnich, donde paradójicamente mientras que el texto describe las constelaciones en el orden en el que aparece en un globo celeste, el mapa las muestra en el orden inverso, como vistas desde la tierra, como es propio de un planisferio del tipo mapa. Lo cierto es que el propio poema denota el efecto de trampantojo que lleva al espectador a percibir de forma vívida la rotación de los cielos, lo que sólo es concebible ante el impacto que produce una representación tomada de un mapa del cielo. Dice Baudri:

En la techumbre de la habitación, rotaciones celestes, los movimientos de los planetas, las revoluciones perpetuas del cielo, vueltas sin fin. Aunque la pintura estaba estática, parecía estar girando. Tal era la habilidad del artista; así dominaba su oficio.

En la más acendrada tradición de las écfrasis medieval, Baudri dice en referencia a los movimientos de los cielos que describe: horologos etiam possem numerare meatus, “Sólo puedo describir sus movimientos, que dan cuenta del paso de tiempo”. Para ello utiliza un raro adjetivo horologos, que ha extrañado a los modernos editores y traductores del texto. Sin embargo, como hemos visto, no hay nada extraño en que un poeta de formación monástica como Baudri viese en el cielo, antes que nada, un modo de determinar el paso del tiempo. En la época románica, la ilustración astronómica, y sobre todo un ornamento que ostentaba la posesión de un saber útil para la vida monástica, una culminación atractiva para un programa educativo inequívocamente cristiano, como lo serían los mapas celestes en el contexto de los adustos manuscritos de cómputo. Una ornamentación pagana para um programa educativo cristiano, como en la época carolingia lo describía Alcuino a su maestro Carlomagno, cuando le narraba que, como culminación de sus enseñanzas, se disponía a enseñar a unos pocos alumnos escogidos la disposición de las estrellas, del mismo modo, decía el monje de York, como un pintor decoraría el techo del palacio para un cliente distinguido.

En la época en la que se encuaderna el manuscrito de Orleans que citábamos al principio, seguramente a finales del siglo XIII, el uso de las complicaciones de cómputo monásticas y los planisferios celestes que las adornaban habían pasado de moda, y por ello el incompleto planisferio de Orleans sería desechaco por carecer de interés. Con la creación de las universidades se comenzaría a utilizar manuales como el de Juan de Sacrobosco que haría innecesarias las compilaciones computísticas. Si a ello le sumamos la invención del reloj de escape mecánico a finales de siglo XIII, el interés de estos manuscritos en relación con el tiempo monástico declinaría definitivamente. Los mapas celestes quedarían así pasados de moda hasta que en el siglo XV se descubriera en Sicilia un manuscrito de la Aratea de Germánico con la ilustración de un planisferio celeste. Este mapa “siciliano” del cielo, hoy perdido, se copiaría se copiaría en diversas ocasiones (fig.15), pero sin atención alguna a la posición precisa de las constelaciones, lo que se explica porque el público del siglo XV no estaba ya interesado en las connotaciones computísticas de la posición de las estrellas en el cielo, sino que contemplaba estos mapas celestes como apreciadas reliquias de las imágenes paganas de la Antigüedad.

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Los Signos del Zodíaco en el Códice nº 7 de Miscelánea de la Catedral de Burgo de Osma

José Ignácio Palacios Sanz

1. Introdución

En las vitrinas del Museo Catedralicio de Burgo de Osma se halla expuesto uno de sus más primorosos códices, exceptuado el códice «Beato», la «Retórica de Cicerón». A pesar de haber alimentado en su nacimiento la biblioteca de Osma a la del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, hoy puede gozarse de ser una de las bibliotecas más interesante y desconocida.

De los códices medievales hay un inventario, a pesar de ser muy conciso. Es un cuaderno de diez folios, en pergamino, escrito por ambos lados con letra de albalaes. A partir del folio 7r, comienza el catálogo de los códices, incluyendo esta retórica: «Item, una retórica de Tullio que incipit: sepe et multio…».

2. Comentario del Códice

El códice que vamos a estudiar es un manuscrito en pergamino con 147 folios, que mide 213 x 155 mm. y 37 líneas. Su escritura es francesa, y Timoteo Rojo, que lo catalogó en 1929, lo fechó en el siglo XII. Recientemente José Arranz ha situado la fecha de realización a finales del siglo XI o principios del XII.

En el códice aparece -al dorso- «Rthorica a mano», aunque alguien puso la inscripción «Miscelánea», muy acertada, por la amplitud de materias que abarca: Matemáticas, Física o Asrronomía. En definitiva, este tipo de códices venían a ser las enciclopedias de la época.

El título real es: «Marco Tullio Ciceronis de inventione rethorica libri II –Abaci Aritmetica, Astronomia Somnium Scipionis (ex libro 6º Ciceronis de Rthorica) cum commentario Macrobii». Lleva el número 7 en el Catálogo de Códices del Archivo catedralicio.

A continuación, describiremos brevemente el códice:

Folio 1r.: «Ars retórica».

En el mismo folio pone: «Liber hic retorice incipit artis. Sepe et multum hoc mecum cogitavi bonine an mali plus…».

Folio 30v.: «… non parum continet letterarum que restant in reliquis dicemus…». A continuación, aparece un gráfico con los principales recursos de la retórica.

Timoteo Rojo supone que algunas letras, sobre todo vocales y consonantes, poseen un trazo largo con reminiscencias visigodas. La escritura es menuda, tiene pocas abreviaturas, pero de difícil lectura, por la pérdida de tinta.

En el códice hay varias letras capitales, iluminadas con temas caprichosos de entrelazos y figuras fantásticas zoomórficas. Parece que están sin acabar, por la faita de color.

Folio 31v.: Hay un círculo astronómico en tinta negra con los nombres del zodiaco y los meses del año. Son cuatro círculos concéntricos, divididos en cuatro cuadrantes. Cada signo ocupa la mitad de los doce meses contiguos; así «Leo» se sitúa entre julio y agosto.

Folio 32r.: Comienza con el siguiente título: «Incipit liber abaci quem junior Benetinus edidit Parisius. Abaci tabula diligenter prius undique polita ab Geome- tra Glauco…».

Folio 51r.: Para Rojo Orcajo, el tratado de aritmética está bastante completo y supone que es posterior, por el cambio del carácter de la letra. Comienza asi: «…superiori argumento comproba explicit». Además hay unos párrafos sobre la división de los números: «Dividentur autem numeri diverso modo…».

Folio 51v.: «De diminuttis cuiusdam incipit liber. Cum passione contraria…».

Folio 56v.: «Decies XXCC». Habla de múltiplos y divisores, de la multiplicación de números, de pesas y medidas.

Folio 57r.: Incipit liber de computo digitorum cum dicis unum minimum invela digitum…».

Folio 60r.: «… pes habet polices XIII». Aquí se expone el modo de hablar y contar por los dedos, de adivinar el número que uno puede tener en el pensamiento, de averiguar el día de la semana en que se realizó cualquier cosa o actividad, de medir un árbol por medio de la sombra que proyecta, etc. En este folio y en el 60v. también aparecen unos gráficos con números y signos, que podrían ser cabalísticos.

Folio 62v.: Hay una miniatura sin acabar, por la falta de color, pero de un gran dibujo. Representa un Dios Majestad, bendiciendo con la mano derecha y sosteniendo un libro en la izquierda. Cuatro ángeles le rodean. Estilísticamente es lo más avanzado y se podría poner en la corriente de bizantinismo del año 1200, como se ve en el dibujo sombreado y modelo iconográfico de Dios. Este dibujo hace referencia al siguiente texto, que aparece a continuación: «Operatio divina quae cuncta creavit gubernat quadriformatione distinguitur…».

Folio 72r.: «Cronica grece latine temporum series…». Una nota al margen: «Bede, sive Isidori liber est iste», nos habla que la fuente del códice es Bede, que, a su vez, inspiró a San Isidoro, del que se copió su libro, y de «Las Etimologías».

Folio 74.: «… conservatoriam intellege virtutem». Habla este tratadillo sobre los cuatro elementos (agua, aire, fuego y tierra) y sobre lo que entonces se conocía de la Tierra y el cielo.

Folio 80r.: «… ipsum autem punctum fac horam». Es un cómputo del tiempo. Da unas reglas en verso para el reloj de sol, con un gráfico, a base de círculos, de las constelaciones, de los vientos y de los signos del zodiaco.

Folio 81r.: «Octavianus Augustus ann. LVI…». Aparece un índice de emperadores, con los hechos más sobresalientes de la época. Menciona, de la iglesia española, la consagración de San Fulgencio, el martirio de San Hermenegildo y la conversión de los judíos en tiempo del emperador Heraclio.

Folios 81v. y 82r.: Figura un índice de papas, con los años, meses y días de su pontificado. Llega hasta el papa Honorio II, aunque más tarde añadieron otros, hasta Inocencio III.

Folio 84v.: Dentro de unos círculos concéntricos se representa el zodíaco y las constelaciones.

Folio 85r.: «De circulo calaxeo quod lactus dicitur… Incipit ractionatio asrtonomie Felix arcturus major habet in capite stellas…». Explica todos los signos y constelaciones.

Folio 89v.: «…est autem finis dekynos post dies XL». Continúa la descripción anteriormente mencionada: «In signo autem arietes…».

Folio 91v.: «…piuralis erit. Dat hic Aristotelis finem operis philosophi». Aquí aparecen como pronósticos futuristas sobre diversas estaciones y días del año.

Folio 92v.: Lleva representada una figura astronómica con diversos círculos en colores, puntitos coloreados, varios nombres en árabe y los signos del zodíaco. En el margen inferior pone: «Proporriones incipiunt astronomie in facetia». Además, tiene una inscripción de difícil lectura.

Folio 93r.: Muestra una figura que sostiene un bastón en la mano y sobre su puño se posa un pájaro. Estilísticamente está en relación con el autor de la miniatura del folio 62v. Dice: «In cunctorum primordio elemenrorum omnipotens texuit…».

Folio 113r.: «…ad solem sunt toni duo id. mil, XXX mille CCL.». Es un tratado de astrología y adivinación, explicado por medio de una figura.

Folio 114r. r.-v.: Hay dos figuras: una, astronómica, y otra, el hombre astronómico. Esta última se relaciona con los signos zodiacales, al mismo tiempo que tiene una serie de indicaciones medicinales. Las correspondientes entre el cuerpo y los signos zodiacales son evidentes. Lo mismo que los signos son masculinos o femeninos y de naturaleza diferente, así existen dos sexos y cuatro temperamentos en el cuerpo humano. Esto queda apuntado en los distintos círculos que acompañan a este hombre, alguno de los cuales se relaciona con los puntos cardinales. Pero los otros doce -más interiores- nos hablan de la situación de los signos en la banda zodiacal, en la que se encierra el hombre.

Folio 115r.: «Incipit somnum Scipionis quem macrobius exponens». Después de proponer el sumario, dice: «Somnium Scipionis M. Tulli Ciceronis excerptum ex libro 6 de la Republica cum in Africam venissem…».

Folio 116v.: «…somno solutus sum». «M. Ambros viris clarise: Liber primus. In somum Scipionis. Inter Platonis et Ciceronis libros…».

Folio 144v.: «…quo universe philosoplie continetur integritasn. En el folio siguiente hay un fragmento de un libro escrito a dos columnas, hablando del «Ave Fenix». Las últimas hojas son ilegibles. Es un códice muy interesante, por las materias que trata, dibujos y escritura. Está compuesto de varios tratados, que se unieron, dando cuerpo al mismo. Estilísticamente se reconocen dos artistas, en cuanto a las miniaturas. El más estilizado se fecharía en torno a los primeros años del siglo XIII (folio 62v.) y el otro a finales del XII o principios del XIII (folio 84v.), a pesar de que otros lo sitúan, un tanto atrevidamente, a fines del XI o principios del XII.

3. La representación del Zodíaco

Qusayr’Amra

El folio 84v. con el zodíaco resulta ser una de las versiones más interesantes del códice con la miniatura astronómica, que, a continuación, estudiaremos, analizaremos y compararemos.

Los doce signos aparecen con un cierto orden establecido, en relación con el de las constelaciones. Cada signo presenta una representación muy propia, que responde a la identificación -como aparecía en el folio 31v. de este códice- de cada signo, con cada uno de los meses:

Enero………….. Acuario
Febrero………… Piscis
Marzo …………. Aries
Abril………….. Tauro
Mayo………….. Geminis
Junio………….. Cancer
Julio…………… Leo
Agosto………….Virgo
Septiembre………. Libra
Octubre…………Escorpio
Noviembre……….Sagitario
Diciembre………. Capricornio

Pero esta correspondencia no es del todo exacta, pues cada signo no coincide con cada mes del año. Completan la representación las diversas constelaciones conocidas en el mundo medieval.

San Isidoro nos da las primeras noticias sobre el zodiaco, haciéndose eco de antiguas tradiciones en sus «Etimologías»:  «Del mismo modo, aquellas constelaciones que eran denominadas signos por los gentiles, y en las que habían formado con estrellas la imagen de seres animados, como Arctos, Aries, Tauro, Libra, otros semejantes, quienes contemplaron los astros empujados por una supersticiosa vanidad, los incluyeron entre el número de las estrellas después de dotarlas de figura corporal y de atribuirles, por diferentes motivos la imagen y los nombres de sus dioses». Las estrellas darán nombre a cada signo, pero aparecen junto a ellos en los calendarios medievales. Otros, a su vez, han visto cómo los planetas y los signos influyen en el comportamiento humano. Esto también lo recogen Ptolomeo y el propio San Isidoro, aunque este último lo califica de supersticioso: «Pero es supersticiosa -la astrología- desde el momento en que los astrólogos tratan de encontrar augurios en las estrellas y descubrir qué es lo que los doce signos del zodiaco disponen para el alma o para los miembros del cuerpo».

La representación de los zodiacos quedó reservada para la iluminación de obras científicas, como es este tratado de astronomía.

El zodíaco de este códice se reproduce dentro de los círculos «formados por una línea que, a su vez, se divide en cinco partes» cuyo centro es el polo Norte celestial. Alfonso X el Sabio, en el Libro II «Del saber de astrología», coincide plenamente con la descripción de San Isidoro: «Et aun sin esto se parten estos signos en 5 partes non yguales et a cada una dellas laman termino». Este modo de representar el zodiaco ha aparecido a lo largo de la historia, tanto en Oriente como en Occidente. Uno de los ejemplos más antiguos son las pinturas egipcias del techo de la tumba de Techi I o la escultura circular de Dendera en la tumba de Athribis. Todas muestran el mapa de los cielos proyectado sobre un piano, basándose en fuentes literarias.

Uno de los mejores ejemplos del zodiaco es la representación de la cúpula de Qusayr’Amra, basada posiblemente en modelos griegos. Ocupa una posición a caballo entre el Mediterráneo y el cercano Oeste, dentro de una órbita cultural que posiblemente llegó hasta nosotros por medio de la extendida cultura islámica. A la larga, este mundo islámico se mezcla con todo lo occidental (básicamente, Italia y España). «Desde el punto de vista de las ciencias naturales, fue un fertilizante de la cultura del Oeste durante la Edad Media. Esto puede parecer que fuera un nexo que conectara Qusayr’Amra con los círculos arábigos del siglo XIII, y, posteriormente, con las configuraciones astrales de la Edad Media Occidental que se basó en aquellos». Cabe pensar que este tipo de representaciones surgió en las culturas del Oriente Próximo y pasó después al mundo helenístico (sustituyó signos judeo- cristianos) y romano, que fueron traídas por la cultura islámica, plasmándose en el Norte peninsular, siglos después de su invasión y asentamiento.

La representación de los zodíacos es rigurosamente científica y un tanto complicada, por la falta de un orden establecido respecto a los círculos concéntricos. Apesar de estos detalles, resulta ser una escena original.

4. Descripción iconográfica

4.1. Acuario

En el mundo clásico se identificó este signo con el joven y bello Ganimedes. Nos lo confirma una inscripción de la Capa del Emperador Enrique II: «Aquarius quiet Ganimedes». Esta tradición llegó a Occidente, aunque San Isidoro parece desconocerla al hablar de este signo: «Acuario y a Piscis, a causa de la pluviosidad de sus épocas, dado que en el invierno, que es cuando el sol atraviesa estos signos, es cuando se desencadenan mayores aguaceros».

Su representación tiene dos variantes. En esta ocasión coincide con el modelo del hombre joven, barbilampiño, de pie, vaciando un jarro de agua, imagen tradicional del copero Ganimedes. Ana Dornínguez cita una serie de obras en donde figura esta imagen, como pueden ser el mosaico de Bet Alpha o unos grabados de Durero. En casi todas ellas hay variantes, que son evidentes, si se comparan con este códice. Aquí, Acuario sujeta con su mano derecha un pequeño odre o copa muy simple, cogido por su pie y volcando su contenido. El agua sale uniforme, yendo a parar a la boca de Piscis. Va aquél desnudo y con dos alas, representación extraña y poco frecuente. Está hecho a base de perfiles simples. Su postura resulta un tanto incómoda, por la incurvación que adopta. La falta de vestido en este signo nos aleja de una posible asimilación con obras árabes, que sirvieron de modelo a otros.

4.2. Piscis

Es una representación muy curiosa. Normalmente se representa por dos peces idénticos, dispuestos de maneras diferentes, pero unidos por una cuerda o sedal. Ninguna de las cuatro fórmulas comunes de representado aparece aquí.

Piscis es un pez grande, de cara rechoncha y mofletes abultados, que absorbe todo el agua derramada por Acuario, a pesar de cerrar la boca (el agua es el medio de unión con Acuario, por ser tan frecuente en esta época del año).

Esta versión, tan poco difundida, parece encontrar su origen en las representacio- nes musulmanas, pero más bien podría ser el resultado de una aplicación poco correcta de datos obtenidos, o un deseo de innovar, buscando lo pintoresco.

4.3. Aries

Según San Isidoro, Aries, el carnero, es «el primero de los signos, al que, como Libra, le atribuyen la línea media del mundo, y lo denominaron así a causa de Júpiter Ammón, en cuya cabeza los escultores representaron unos cuernos de carnero, los gentiles establecieron que, entre los demás signos, éste era el primero, debido a que, según dicen, el sol comienza su curso en este signo en el mes de mar- zo».

En este códice es fácil reconocerle. No hace falta recordar que acompaña a cada signo su nombre. Se trata de un cuadrúpedo dotado de unos pequeños cuernos, elemento clave para su identificación. Aparece de perfil, orientado de derecha a izquierda (a la derecha está la cola del animal y a la izquierda, la cabeza). Idéntica representación tiene un manuscrito de la Biblioteca Nacional, el «Lapidario alfonsi- no» o el «Libro de horas del Duque de Bedford». La cabeza no sigue la misma orientación que el resto del cuerpo, sino que se vuelve en dirección opuesta. Aries adopta una posición de movimiento contenido, pues da la sensación de detenerse al mirar hacia atrás.

4.4. Tauro

San Isidoro habla de él, diciendo: «Del mismo modo incluyen también a Taurus (toro) entre las constelaciones, igualmente en honor a Júpiter, porque, según la mitología, se convirtió en toro cuando raptó a Europa».

En esta versión se representa como toro, fácilmente reconocible, colocado de perfil y orientado de izquierda a derecha en actitud de reposo. Como en el «Tratado astronómico y martirológico de Suabia», vuelve ligeramente la cabeza hasta llegar a adoptar ésta una postura frontal. «El carácter aislado con que se presenta este gesto permite pensar que se daba a una confusión con la postura de Aries».

Curiosamente, en nuestra representación, el toro aparece sin la mitad posterior de su cuerpo (sin cola, ni extremidades posteriores) por omisión deliberada. Su cabeza dibuja un triángulo y su cornamenta es prominente. Las extremidades anteriores están dobladas en posición de descanso.

Ejemplos con identica representación los encontramos en el «Aratus de San Gall» y en los libros «Poeticon Astronomicon» y «De astrorum scientia».

4.5. Geminis

Fue considerado desde la antigüedad como Castor y Polux y, según San Isidoro, «fueron colocados después de su muerte entre las más conocidas constelaciones». En la capa del Emperador Enrique II, del 1020, hay una inscripción de este signo, que dice: «Gemini Castor et Polux curiali divi», y se representa con dos muchachos desnudos, agarrados y con espada.

En este códice, Geminis son dos personajes juveniles, idénticos y masculinos. Van desnudos y poseen amplia melena. Se sitúan uno frente al otro, uniendo sus hombros, mirándose y abrazados en señal de fraternidad. Su actitud es sonriente y placentera, pues esta variante «parece deberse al deseo de expresar de un modo pintoresco y lleno de animación este tema, que, en algunos aspectos formales, parecía rígido e irreversible. Pero es indudable que en la disposición de ambos pesonajes influyó el tema frecuente en el mes de mayo dentro del ciclo de los meses, de bailes o danzas en corro».

Similar a la representación de este códice, que responde a una tradición clásica muy difundida, lo vemos en el códice «Vit 25-3» de la Biblioteca Nacional.

4.6. Cancer

El nombre de Cancer o cangrejo se debe a que «cuando el sol en el mes de julio, llega a este signo, comienza a retroceder a la manera de un cangrejo y empiezan a ser más cortos los dias».

Cancer aparece como cangrejo de mar, un tanto rechoncho y se ajusta a la descripción de San Isidoro. La parte delantera está poco marcada, aunque es la que más destaca del conjunto de extremidades. No advertimos marcha alguna, aunque San Isidoro afirme: «avanza en su marcha ora a un lado, ora a otro, de forma que la parte anterior se convierte en posterior y la posterior en anterior».

Sobre su tórax hay dibujada una señal de difícil identificación. Muestra cuatro paras desplegadas a cada lado, destacando por el tamaño la anterior, aunque carece de las típicas pinzas. La cabeza es de forma oval con dos grandes ojos. Está dispuesto longitudinalmente. Junto a Piscis, es la única representación marina.

«Tanto el cangrejo marino como el cangrejo fluvial muestran, por encima de los valores estilisticos de la época respectiva, el grado de conocimiento animalista del autor», que se ve plasmado en una representación ajustada a las definiciones de los teóricos. La única diferencia es el grado de verismo de este cangrejo, muy simple y estilizado.

La misma representación encontramos en los siguientes ejemplos: La portada del Cordero de San Isidoro de León o en la de Amiens.

4.7. Leon

San Isidoro explica la imagen por la constelación correspondiente, diciendo: «Hércules mató en Grecia un enorme león y por su valor se le incluyó entre los doce signos. Cuando el sol alcanza este signo, desprende un enorme calor sobre el mundo y hace soplar los anuales vientos etesios». «La disposición de las principales estrellas permitió a los griegos imaginar a un león, claramente representado en este códice.

Leo aparece visto de perfil y orientado de izquierda (cabeza) a derecha (cola). Está sentado sobre sus cuartos traseros, mientras que los delanteros los estira en la típica actitud de reposo en los animales. Luce una larga y decorativa cola y una crecida melena sobre una cabeza elegante, rematada por las orejas, más bien propias de un canino. Abre su boca para mostrar la lengua en señal de furor. «Es frecuente que el león, por ser animal muy difundido en la heráldica, presente en su anatomía influencias de ésta».”De este modo aparece en la portada de la Catedral de Amiens y en el «Lapidario» alfonsino.

4.8. Virgo

Refiriéndose a él, San Isidoro dice: «Colocaron también entre las constelaciones el signo Virgo, porque en las fechas en que el sol transcurre por él, la tierra abrasada por el calor, no produce nada. Es la época de los días caniulares».

Como en la mayoría de los casos, Virgo es una figura de joven mujer (es difícil reconocer su belleza, como ocurre en otros ejemplos). En posición frontal, va vestida con túnica larga, sin escote, y ceñida a la altura de la cintura. Alza vacía, de gran tamaño, la mano derecha (carece de izquierda). El cabello es corto y los brazos largos. Todo residta austero (peinado, está sin colgantes, ni rama en la mano, etc.) y sólo el contorno del dibujo realza la figura.

Virgo pierde el orden riguroso que los signos hasta aquí llevaban. La misma representación la podemos ver en el «Lapidario» alfonsino y en el «Libro de Horas del Duque de Bedford».

4.9. Libra

No aparece representada y su lugar lo ocupa la constelación de Lira.

A Libra, según San Isidoro, «le dieron este nombre por la igualdad de un mes, dado que el octavo día antes de las Kalendas de octubre -el 24 de septiembre- el sol, atravesando este signo, da lugar al equinoccio», es decir, coinciden con el equinoccio de otoño, cuando los días tienen la misma duración en las latitudes medias. Lucano dice sobre este signo: «De acuerdo con los pesos de la justa balanza», refiriéndose al sentido de justicia que posee.

Aparece una lira, desordenada de lugar con respecto a otros signos. Tiene un pequeño adorno sobre la caja con dos orificios resonadores y tres cuerdas que sobresalen por encima de la caja, de forma un tanto curiosa por la doble curva.

En este códice, Libra no aparece representada y pensamos que el iluminista olvidó el signo, pero no así la constelación de Lira, que para San Isidoro está ecolocada en el cielo en honor de Mercurio, o del Centauro Quirón que se cuenta entre las constelaciones por haber alimentado a Esculapio y a Aquiles».

4.10. Escorpio

De nuevo está desordenado dentro del conjunto. Aparece entre Virgo y un jarrón, por un lado, y Capricornio, por otro (ellos delimitan el espacio que ocupa). Es un escorpión con aguijón al final de la larga cola ondulada, aunque no se define claramente. No tiene pinzas, como Cancer, en las patas delanteras, pero sí son de mayor grosor que las restantes (cuatro a cada lado, más las dos anteriores). La cabeza es triangular, simple, con ojos diminutos y representado visto desde lo alto. Ningún otro detalle destaca en la figura.

Resulta un animal muy semejante al cangrejo (igual se ve en Amiens y en el «Tratado astronómico y martirológico de Suavian», excepto en la cola.

4.11. Sagitario

Para San Isidoro «tiene la forma de un centauro con patas deformadas; le añaden una saeta y un arco para indicar con ello los rayos que suelen ser propios de aquel mes».

Existen tres modalidades: el centauro de tipo clásico, el bípedo y el hombre disparando una flecha. Y en este códice se representa de la tercera manera. Antes bien, quisiéramos decir que entre Leo y Escorpio hay un centauro clásico, constituido por busto de hombre, cuerpo de caballo con las cuatro extremidades, cola y pezuñas marcadas.

A nosotros nos interesa el hombre disparando una flecha, que es aquí el verdadero signo del zodíaco. Se halla de pie, de derecha a izquierda y de perfil. Tensa su arco con la mano izquierda, apuntando en una acción de dispararlo. Va vestido con un faldellín tosco (de pie), propio de un hombre salvaje, a la par que luce unos adornos a la altura de los tobillos. También lo encontramos así en la Biblioteca Nacional -Vit. 25-3 y 25-5-, en el mosaico de Bet Alpha y en el «Lapidario» alfon- sino».

4.12. Capricornio

Capricornio se incorporó a las constelaciones «en honor de la cabra de Júpiter». Para ello -afirma San Isidoro– dieron a la parte posterior de su cuerpo la forma de cola de pez, para indicar las lluvias tan frecuentes en esa época. Esta imagen, explicaba por San Isidoro en las Etimologías, es la que más se acerca a la representada en el códice, prótomo de cabra y cola de pez.

Aparece también en el «Aratus de San Gall», en el «Lapidario» alfonsino y en el grabado de Durero, sobre las «Imagines Coeli».

Capricornio es un híbrido de dos animales de difícil identificación. Posee dos cuernos típicos, hocico y cuello de cabra y sólo piernas delanteras. La parte posterior está metamorfoseada en una cola con cuello inicial y aleta final (todo ello con trazo sinuoso), que nos recuerda a la de un pez. La única diferencia con las otras representaciones es la falta de nudo a la mitad y tan sólo coincide en esto con la representación de Amiens.

La ignorancia o el desconocimiento sobre el significado de las imágenes transformó ligeramente, en ciertos aspectos, esta representación, o en la utilización de un mismo modelo para un animal, o de un mismo diseño para varias figuras. Es el caso de Piscis y Taurus o la ausencia de Libra, pues la fuente utilizada en cada caso influía en buena medida. «Unas veces serían textos simplemente, cuya transformación al ser expresados en imágenes figurttivas ya ha sido invocada como origen de diversos errores en la iconografía profana medieval. En la mayoría de los casos se copiarían imágenes pintadas en manuscritos. En cualquiera de los casos sería determinante el grado de conocimiento sobre la astronomía de cada época».

Bajo el titulo «La Retórica» de Horacio, se esconde una obra latina que contiene también conocimientos matemáticos-astronómicos, como continuación entre la antigüedad clásica y el saber medieval.

5. Significado de los signos del Zodíaco

El Zodíaco es uno de los símbolos universalmente más extendidos, a pesar de su dificultad y complejidad de significados. Los ejemplos más antiguos, según Cirlot, los encontraríamos en la Cueva del Arce y en una obra en posesión del rey Sargón de Agadé, allá por el ario 2750 antes de Cristo. Dentro de nuestra era, citaríamos el Cronógrafo del año 354, de data influencia pagana. Estas versiones paganas y otras medievales se suceden sin variaciones profundas (la validez de las imágenes con que se representan en Occidente los signos del Zodíaco se extiende hasta nuestros días). «La utilización de unas mismas imágenes -los signos del Zodíaco- por la Antigüedad y la Edad Media revela la adopción, por parte de ésta, de muchas de las ideas y nociones culturales que le habían sido transmitidas por aquélla. Sólo así pudo seguirse utilizando un mismo o similar acervo de imágenes».

Las interpretaciones que hemos recogido sobre estos signos son dispares, si bien en casi todos los países y tiempos son similares, revelando una concepción del universo, como nos manifiesta este códice, obra científica de la Baja Edad Media, a pesar de contar con ciertos errores del artista que lo representó.

La forma circular del cielo -expresión de la perfección de la obra divina- contiene los signos correspondientes y constelaciones. El nombre de esta forma proviene de los términos «zoe» (vida) y «diakos» (rueda). «El principio elemental de esta «rueda de la vida» se halla en el Ouroboros, o serpiente que se muerde la cola, símbolo de Aion (duración)».

Estas teorías fueron difundidas por Ptolomeo, pasando a Roma y, a su vez, a Bizancio y al Islam, que tradujo las obras de aquél y las trajo al Occidente europeo (el mundo medieval recibió estas nociones a través del conocimiento directo de obras romanas de divulgación). Las Etimologías de San Isidoro serán la gran fuente de inspiración.

Desde el mundo antiguo, los signos del Zodíaco se consideraron como una banda, elegida a modo de imágenes de calendario. Es decir, dado que el recorrido del sol supone un año, los doce signos sirvieron para medir los doce meses del mismo. Así nos lo confirma San Isidoro: «ario es el tiempo que tarda el sol en recorrer su órbita pues pasados 365 días vuelve de nuevo a empezarlo».

Las explicaciones sobre los signos del Zodíaco revelan, pues, «una determinada concepción del universo» en un sentido amplio. Existen, a su vez, otras de signo distinto. Senard afirma que son el proceso en el cual «la energía primordial, al ser fecundada, pasa de la potencialidad a la «virtualidad», de la unidad a la multiplicidad, del espíritu a la materia, del mundo informal al mundo de las formas». Este autor coincidiría con las enseñanzas ontológicas de corte oriental (se daría una involución o materialización de Aries a Virgo y una evolución o espiritualización de Libra a Piscis). Jung recuerda que el demiurgo, en el sistema maniqueo, era una rueda cósmica que se relacionaba con rota y el opus circulatorium de la alquimia y la sublimación (reflejo de las teorías platónicas). Schneider piensa que la denominación de los signos, a base de nombres de animales, se debe a la preexistencia de una religión de origen totémico que se aplicó al cielo, por un proceso catártico. Piobb lo explica como un circuito, y Senard como producto de la combinación de los cuatro elementos y los tres modos o gunas (niveles): Sttwa, rajas y ramas. Otros, a su vez, reconocen una influencia de los signos sobre los seres y cosas y así le atribuyen una serie de cualidades:

Aries: impulso de creación y transformación
Tauro: magnetismo indiferenciado
Geminis: fusión-concepción, imaginación
Cancer: gestación, nacimiento
Leo: individualización, voluntad
Virgo: inteligencia
Libra: equilibrio
Escorpión: destrucción
Sagitario: coordinación, síntesis
Capricornio: ascensis
Acuario: iluminación
Piscis: fusión mística

Hay quien ha identificado los 12 signos con los 12 Apóstoles (Danielou o Cumont). Si seguimos lo expuesto por San Zenón en su Homilía (que ofrecemos al final), cada signo zodiacal tiene sus particularidades propias:

Acuario sería Jesucristo, bautizando -o gracia- al pueblo judío (los peces), y también se ha visto por otros como símbolo de fecundidad (Piscis, como tal, son los fieles de la Iglesia). Geminis son los dos Testamentos, o imagen de concordia. Escorpio es una imagen que sufrió un cierto deterioro iconográfico. Recuerda a un reptil que, según San Zenón, simboliza lo justo «non dicam Scorpionen, sed… omnes omnino serpentes illaesa planta calcabit», interpretación que parece querer explicar la serpiente como animal del Paraíso, vencida por el bautismo (al mismo tiempo hay una íntima asociación -señala Serafín Moralejos– entre este signo y la constelación Serpentarius). Para otros, es símbolo del pecado.

Cancer viene explicado, como símbolo de la avaricia y de otros pecados, que exhorta San Zenón a que huya el cristiano de ellos, pues ataca a sus víctimas repetidamente. Aries es la alegoría literaria del Agnus Dei, asimilado al cordero del sacrificio de Isacc. Virgo no puede ser -opina-más que la Virgen María, al estar representada por uma mujer vestida y su brazo derecho extendido. Capricornio, como Sagitario, son dos híbridos que favorecen dos interpretaciones negativas.

Para Salomón, la escena de Capricornio se inspira em la matanza del cerdo, escena típica del mês de diciembre, o em escenas de los sacrificios mitraicos. Para San Zenón, equivale a la encarnación del diablo, significado adulterado, según palabras de Serafín Moralejos: «la concupiscencia charnalle -o lujuria-est une ideé qui est d’ailleurs derneurée liée au bouc pendant tout le Moyen Age». (Para Rada y Delgado es la lucha entre la concupiscencia y la continencia).

Si apareciera Libra en el códice, como una balanza, equivaldría a la instauración de la justicia en el mundo, que viene a presidir una nueva Edad de Oro.

Taurus es el medio de alcanzar la mansión celeste, sugeriendo la imagen de la víctima y ofrenda. Los ancianos atribuyen a este signo el protagonismo de las labores campestres.

Leo está asimilado por San Zenón como el León de Judá, con una clara alusión a las virtudes que el Physologus y otros textos atribuyen a este animal (su capacidad de dormir com los ojos abiertos). También es imagen de la Resurrección de Cristo y de la inmortalidad para el cristiano (capacidad de vencer a la muerte). Otros, sin embargo, lo han identificado como señal del Evangelista Marcos, tan frecuente em los tetramorfos.

Vemos cómo los signos del Zodíaco encierran una intención profunda de moralizar y de crear una atmósfera religiosa, de difícil reconocimiento en un códice de carácter científico, como es éste.

La Homilía de San Zenón fue conocida, así ocurre em este códice, a través de una versión atribuida a Beda, que identifica los diferentes signos com las siguientes ideas:

Aries = la víctima del sacrificio de Abraham
Taurus = Jacob
Géminis = Adán y Eva (de tradición egipcia)
Cáncer = Job
Leo = Daniel
Virgo = la Virgen María
Libra = alusión a la traición de Judas
Escorpión = el Faraón
Sagitario = David
Capricornio = Esán
Piscis = Jonás (explica la constelación Letus)
Acuario = San Juan Bautista.

Para Beda los signos aparecen aislados en un planisferio circular, evocando el anillo del año, símbolo de eternidad e idea que evoca la salvación. Por tanto, el Códice nº 7 de la Catedral de Osma es una viva representación de los signos del zodíaco en versión simplificada del planisferio. La organización circular con los signos aislados dentro del anillo del año demuestra el alto grado de cientifismo que tiene el códice. Sin duda alguna procede del escriptorio del monasterio de Berlanga de Burgos (Burgos), que suministró varios ejemplares a este cabildo. Son dos las manos que intervienen; una, la más bizantina, de mayor calidad, y otra, la más tosca y medieval, la más pobre. Aunque sus contenidos son diversos, al estar cosidos varios códices en uno, es un gran documento para el conocimiento de esta época y, en especial, de los signos del zodíaco.

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